Informe PISA

17.12.2010 23:06

Antonio Caparrós Vida...

17 de diciembre de 2010

 

PISA 2009

 

«El informe PISA 2009 consagra el retraso endémico de la educación española,

que ocupa un lamentable puesto 26 entre los 34 países más desarrollados del mundo […]

El informe PISA no juzga a los chicos, sino a sus profesores, a los consejeros de

Educación autonómicos, a los Gobiernos regionales, al ministro de Educación y al

Gobierno de España: son ellos los que suspenden, con contadas excepciones en Madrid,

Castilla y León y poco más. Es a ellos, pues, a quienes hay que pedir cuentas y son ellos,

sin embargo, quienes se han exonerado de toda responsabilidad tras la difusión del

informe...» (Antonio R. Naranjo).

 

Me he permitido esta introducción para situar al lector en el asunto tratado y su gravedad.

Y si bien no es el propósito del presente artículo echar balones fuera, parece obvio que en

semejante desastre el papel de la calle y de la familia no se refleja con justicia.

Hace años, cuando en el fragor de la batalla diaria de mi madre por llegar a fin de mes

había cierta tregua económica, ella (mi madre) empleaba los excedentes económicos

procurados por mi padre (pescador primero, albañil después) en cubrir otras necesidades

(comprar ropa a plazos, por ejemplo) para sus seis hijos. Pero también se permitía emplear

el dinero en ciertos lujos. Por ejemplo, comprar libros (también a plazos) para adornar el

mueble-bar que solía presidir el salón de las casas allá por los años 70. Fue así, mediante

la sola presencia física de esos entes tan nobles y silenciosos llamados libros cuando un

buen día (tal vez llamado por una misteriosa voz desde el interior de sus tapas de cartón;

tal vez por puro aburrimiento infantil) conocí a Julio Verne en Un capitán de quince años;

Harriet Beecher Stowe en La cabaña del tío Tom; Emily Brontë en Cumbres borrascosas;

Walter Scott en Ivanhoe o a Tomás Salvador en El haragán, entre otros muchos autores.

Desde entonces, descubrí que además del placer del pan con aceite de las mañanas y del

potaje de lentejas del almuerzo, existían otros aún más intensos, más interesantes… y me

aficioné a ellos.

 

No seré yo quien niegue las responsabilidades del profesorado en este asunto

pero tampoco quien niegue las desagradables cargas que impiden hacer de su profesión

una actividad placentera a través del trabajo diario tanto para el alumno como para sí

mismo; ni quien sostenga la necesidad de ese lenguaje esotérico propio de pedagogos y

psicopedagogos que nos instala en una esfera incomprensible y en ocasiones absurda en

donde se prima una burocracia dirigida a la nada. Pero la calle, la familia, también tienen

responsabilidades en el proceso educativo de una criatura que viene al mundo con la

mente vacía y a la que debemos guiar y suministrar datos con vistas a un crecimiento

sano, vigoroso. Pedir responsabilidades al profesor y al sistema educativo ante esta nueva

debacle nacional está muy bien; pero no hay que olvidar que merdellonas innombrables

(sostenidas por audiencias millonarias), corrupciones políticas por doquier y ataques a la

familia como espacio sereno para la formación intelectual, para valorar el libro y propiciar el

desarrollo afectivo, es el pan nuestro de cada día de un sistema más amplio que se vuelve

a mostrar implacable, cruel e insensible para todo aquello que no sea dinero y poder. El

profesor, el niño, la escuela no son células independientes dentro de un organismo vivo,

sino que forman parte de él.

—————

Volver